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El fútbol, la pasión y las decisiones importantes de la vida

Hace unos cuantos días estamos todos los argentinos viviendo bajo los efectos de la pasión y resulta encantador.

¿Pasión por el fútbol? Pero si son 22 millonarios corriendo detrás de una pelota.

Un estudio hecho en Portugal comprobó “científicamente” que la pasión por el fútbol es similar al amor romántico (1). La pasión, como el amor, no es lógico, no entiende razones. Está fuera del cálculo, de la especulación y del pensamiento. De la pasión, o las pasiones, se alimenta el psicoanálisis cada día. Es la puerta de entrada al inconsciente.

Para el psicólogo Gervasio Díaz Castelli el enamoramiento del amor (la pasión) es un estado casi de ruptura con la realidad, semi-psicótico, de desorganización y locura transitoria. Dice: “Haría un paralelismo entre pasión por el fútbol y la etapa de enamoramiento del universo del amor. Porque se trata de un período donde prevalece la excitación, la idealización, la fascinación, muchas de las emociones que experimenta el hincha”.

¿Eso es todo? ¿La cuestión está en irse de la realidad, en volvernos locos?

El fútbol, además, es la excusa perfecta para dejar en suspenso la máxima cartesiana “pienso, luego existo” y volver al placentero estado infantil de “juego, luego existo”.

Pero si vos no jugás, juegan ellos. Vos no ganás ni perdés nada. Vos seguís igual. ¿Qué te cambia?

Jugar es el modo como los niños tramitan y elaboran psíquicamente lo que viven en la realidad. Es la mejor vía para simbolizar cuando todavía falta asumir el dominio de la palabra. Jugar, además, es placentero porque se descargan las tensiones inconscientes. El universo lúdico rompe las fronteras de la realidad y se extiende a una dimensión ilimitada. Vivir en esa dimensión es creer que es posible, que todo es posible.

Es posible incidir en el desarrollo del partido si mantengo la posición en el sillón que tiempo atrás me dio una alegría, es posible revertir un resultado si le grito a la pantalla, es posible evitar el triunfo ajeno si menciono una palabra maldita, es posible encontrar causas y culpables cercanos si la derrota se torna injusta.

Es posible creer durante un rato que allí, en la cancha, se están jugando cosas trascendentales. Es posible creer durante noventa minutos que todo es genuino y puro, que no hay intereses comerciales detrás de escena. Es posible volver a la infancia. Es posible recuperar la inocencia. Es posible semejante viaje.

¿Entonces es mejor no pensar? ¿Es mejor dejarse llevar?

Pensar también es dejarse llevar. Las estructuras del pensamiento responden a patrones incorporados. En todo caso el planteo es, ¿por quién me dejo llevar? Si pensamos en las decisiones importantes que tomamos en nuestra vida, hay que decir que toda decisión es un acto. Allí se detiene el pensamiento, se produce un corte necesario para que el acto exista.

Y toda decisión importante, todo acto, es también un arrojo, despojarse de lo establecido y dar el salto, asumir riesgos, arrojarse, entregarse al acto y a lo que vendrá.

Así comienzan los cambios importantes en el mundo y en nuestras vidas, con decisiones que responden más al amor que al raciocinio, más a la pasión que al cálculo, más al enamoramiento que a la desconfianza, y un poco, también, más a la locura que a la cordura.

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