Puntos Clave
La elección de carrera no es solo racional: Detrás de cada decisión vocacional hay deseos, duelos y mandatos familiares que influyen inconscientemente.
La familia influye más de lo que parece: Aunque no impongan directamente, las expectativas y dinámicas familiares moldean nuestras elecciones profesionales.
La carrera como refugio emocional: Muchas veces, la elección responde a necesidades afectivas: reparar heridas, buscar validación o evitar ciertos temores.
Cambiar de rumbo no es fracasar:
Las dudas o cambios en el camino profesional pueden ser señales de crecimiento y autoconocimiento.
Uno siempre cree que elige lo que elige. Como si detrás de una decisión importante —elegir una carrera, por ejemplo— no trabajaran fuerzas más antiguas, más silenciosas. Como si fuera simplemente cuestión de “lo que más te gusta” o de “dónde hay más salida laboral”. Pero no.
A veces, detrás de un “quiero ser médico”, lo que hay es un duelo mal cerrado.
Detrás de un “quiero ser abogado”, un intento de reparar viejas injusticias familiares. Detrás de un “quiero ser artista”, la necesidad de habitar un mundo propio, menos hostil.
No es que uno sepa todo esto. No es que uno pueda armar el mapa con facilidad.
A veces uno solo siente un tirón en el pecho, una corazonada, una especie de certeza tibia. Y va hacia ahí, convencido de que eligió por razones claras, sin saber que la intuición es apenas la punta de un hilo muy largo, que viene enredándose desde la infancia.
La familia siempre está. No como mandato explícito (aunque a veces también), sino como clima, como historia, como herida o como deuda.
Cada elección que parece individual lleva, casi siempre, el peso de varias generaciones encima.
El adolescente que elige, dice Gusieff, también rompe. Rompe la estructura familiar tal como estaba. Rompe una imagen de sí mismo que otros habían soñado. Rompe, aunque duela. Aunque sienta culpa.
Y esa ruptura —ese acto de separarse para poder ser uno mismo— también se llena de fantasías: la de reparar, la de compensar, la de curar lo que antes dolió.
La carrera no siempre es una elección. A veces es un refugio. Un modo de cuidar una herida sin mostrarla. Una manera de acercarse al otro, pero a una distancia segura. Un disfraz para la agresión, la tristeza o el miedo.
Hay quienes eligen profesiones de cuidado para reparar pérdidas que no pudieron llorar. Hay quienes eligen lugares de poder para no volver a sentirse vulnerables. Hay quienes, sin saberlo, reproducen historias familiares que querían dejar atrás, como si el trabajo pudiera redimirlas.
Y también pasa —como en las parejas— que lo que elegimos en un momento después puede volverse incómodo, ajeno, insuficiente. Porque cambiamos. Porque las heridas cambian. Porque la vida, a veces, nos exige reescribirnos.
Al final, elegir una carrera es mucho más que elegir un título. Es armarse un lugar en el mundo que pueda sostener, más o menos, nuestros pedazos. Es encontrar una forma de vivir que nos haga un poco menos extraños para nosotros mismos.
Y si un día dudamos, si un día queremos cambiar de rumbo, no es necesariamente un fracaso. Tal vez sea apenas la señal de que algo en nosotros, muy en el fondo, ya se animó a seguir creciendo.